Vera y Diana nos guían a través de su viaje dentro de la escena Ballroom en Bogotá. Al adentrarse en las contradicciones de desigualdad y resiliencia en la diversidad de la ciudad, muestran cómo se crea un Ballroom local dentro de géneros musicales como el merengue y el perreo. Este ensayo revisa la literatura y los archivos visuales previos sobre el Ballroom en Nueva York y Bogotá, identificando significados compartidos, rupturas e innovaciones locales.
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Somos una pareja inusual para nuestra sociedad reservada. Habitar las calles, incluso la fiesta, es un desafío. Las miradas, los susurros, las risitas, entre otros, sirven como un recordatorio constante de que algo con nosotras, en sus ojos, «no está bien». A pesar de esto, hemos estado caminando este camino juntas durante casi ocho años, y al apartarnos de la heteronorma, hemos entrado en un mundo onírico habitado por criaturas fantásticas que, como nosotras, se adentran en las profundidades de esta montaña en busca de la luz y el calor de la auto celebración. Queremos compartir una parte de este oasis de voguing que hemos conocido juntas, para transmitir la riqueza estética, política y sonora que se respira en la cultura Ballroom de Bogotá.
El Ballroom se originó en Harlem, Nueva York, como una forma para que las minorías de género y sexuales, principalmente mujeres trans negras y migrantes, desafiaran el racismo, patriarcado y heteronormatividad predominantes. Aunque es un espacio de celebración y fantasía, su estructura ha institucionalizado categorías, reglas y costumbres que han persistido hasta hoy, extendiéndose a nuevos contextos y territorios, aún con tensiones y resistencias.
El Ballroom se considera a menudo una «herencia queer», donde el voguing y el performance se utilizan como herramientas para desafiar las expectativas sociales y culturales de género, resistir a las normas que oprimen a los cuerpos marginados e imaginar nuevas formas de existir más allá de los marcos habituales de exclusión y violencia. Es un espacio donde, como ha sugerido Nicole Flórez Cruz (2023), se puede formar una comunidad de afecto, donde las comunidades marginadas, incluidas las personas negras, cuir (queer) y empobrecidas, pueden encontrar un sentido de pertenencia y restaurar la dignidad de sus vidas a través de sus casas: familias elegidas.
Nuestro cuerpo es nuestro manifiesto
En Bogotá, el legado de resistencia ha sido revivido para crear una nueva versión del Ballroom que incorpora diferentes tensiones políticas, movimientos, estéticas y sonidos. Esta versión única de la cultura Ballroom celebra lo poco convencional, disidente e inclasificable.
Alrededor de 2016, House of Tupamaras surgió como una fuerza artística y política significativa en la floreciente cultura Ballroom de Bogotá, siendo les primeres en la ciudad en verse a sí mismes en el linaje de esta herencia queer. Inspirades por la conocida orquesta de merengue de Bogotá y el nombre del desaparecido grupo guerrillero uruguayo Las Tupamaras, se identifican como una «guerrilla queer» cuyo manifiesto es bailar. Nos introdujeron al voguing y al Ballroom. Cada jueves por la tarde, mariconas, incluyéndonos a nosotras, de todos los orígenes se reunían para aprender a caminar por la pasarela y hacer vogue, en uno de los bares tradicionales «de ambiente» (eufemismo usado para gay) del centro, donde décadas atrás, personas con orientaciones sexuales y géneros no normativos se reunían clandestinamente debido a la prohibición.
Familiarizarnos con el «vogue beat» no fue tarea fácil, pero como un bebé aprendiendo a caminar, jugábamos a caer torpemente en el tiempo, pasando por los movimientos primero con sonidos y tempos que nos eran familiares: merengue y perreo (reguetón y estilo urbano latino).
El ballroom era algo que sentíamos que encajaba perfectamente en la escena queer y alternativa de Bogotá, una ciudad caótica rodeada de montañas, abrumadora, contradictoria, desigual, pero resiliente, contracultural y un punto de encuentro para mil y una formas de existir.
Aunque la pandemia nos sacó de las calles, el estallido social de 2021 nos llevó a inundarlas nuevamente. En el contexto del paro nacional, el voguing alcanzó una popularidad sin precedentes. Las maricas comenzaron a crear casas y a reunirse en manifestaciones para aprender y hacer voguing juntas en el espacio público en kiki balls al estilo de «arte guerrilla», tratando de resistir la represión con estos nuevos códigos que gradualmente hicimos nuestros.
En este video subido por Piscis, ella y dos de sus amigues, Neni y Axid, irrumpen en los escalones del Congreso de Colombia en Bogotá durante el paro nacional de 2021, saltando el cordón de seguridad de la policía antidisturbios. Cubriendo sus cuerpos con cinta de peligro, realizan una coreografía de vogue, con música electrónica colombiana (guaracha), mientras levantan una bandera de Colombia y son vitoreades por los manifestantes. Este metraje representó un hito en el paro nacional y en la cultura queer de Bogotá, una demostración de que las personas LGBTQIA+ defienden activamente nuestras vidas, utilizando nuestros propios códigos culturales y prácticas en protesta, a pesar de la incomodidad de quienes prefieren que permanezcamos recluides y vulnerables en las sombras.
En Bogotá, el Ballroom siempre ha coqueteado con el deseo de soñar con diferentes mundos donde nuestra existencia no esté permanentemente en riesgo. Este ambiente de resistencia y rebeldía nos ayuda a comprender cómo las experiencias de los diversos cuerpos que habitamos moldean la manera en que nosotras, como mariconas, interpretamos y respondemos a las cosas que nos afectan y nos pertenecen, y cómo incorporamos esta comprensión en nuestras prácticas artísticas, nuestra formación de identidad y los movimientos sociales que construimos desde la base.
En una conversación con Pantera, DJ, bailarina de vogue y cantante de la Casa de Güirchas, ella describe la escena Ballroom en Bogotá como una cultura subversiva, híbrida y caprichosa que se inspira en una multitud de referencias estéticas para que las identidades bizarras y subrepresentadas sean celebradas y escuchadas. Sin embargo, como ella constantemente remarca, es importante no olvidar sus orígenes porque, aunque a algunas personas les cueste reconocerlo, el Ballroom es, ante todo, negro.
Un Ballroom local es posible
Aunque algunos aspectos de la cultura Ballroom pueden permanecer consistentes, en Bogotá definitivamente hay espacio para la flexibilidad. Por ejemplo, en la interpretación de los elementos del voguing con sonoridades y vibraciones que los ritmos locales demandan, conectando con otro pasado compartido marcado por la colonialidad, pero también con la magia y creatividad característica de quienes experimentamos el mundo desde el Sur Global.
En esta publicación de Instagram, unx de los participantes del ball lleva un sexy atuendo hecho de tela tradicional de «crochet» con los colores de la bandera LGBTQIA+ y la bandera trans, durante el kiki ball «La Bola: Abya Ayala».
Como prueba de esto, en «La Bola: Avya Ayala», un kiki ball convocado por la Casa de Güirchas, vimos una propuesta estética y sonora que reivindicaba el lugar de enunciación, territorialidad, queerness y el legado étnico-cultural ancestral con categorías como rara hijueputa, reguerito de guambitos y sincronización de geta. Evidenciando un interés político y conceptual en exaltar la belleza en lo popular y lo raro de la fauna excéntrica local.
Es precisamente en estos escenarios de experimentación donde ocurren los cruces del beat del voguing con ritmos más cercanos como el neo perreo, guaracha (música electrónica colombiana), salsa o merengue, derivando en sonidos innovadores, que también se mezclan con house, afrobeats y funk carioca. Estas reconfiguraciones del ritmo invitan a los cuerpos a moverse de manera diferente con cada sonoridad y a resolver los elementos del voguing a un tempo distinto. Usar pasos tradicionales de otros géneros para pensar fuera del molde y perfumarlos con la sensualidad de un bolero o la agilidad de una tambora.
Este collage retrata a algunas de las personas increíbles de la comunidad Ballroom en Bogotá, mientras participan en una sesión de práctica abierta en «El Renacimiento», un parque público que les voguers locales han adoptado como un espacio para aprender y honrar sus habilidades. Las hermosas montañas de Bogotá se presentan en el fondo.
La forma en que nuestro cuerpo se mueve al ritmo de los ritmos latinos no pasa desapercibida para nadie. Cuando disfrutamos de la música con tanta pasión, es difícil no sentir una alegría que es casi eléctrica, una disrupción y una revelación imposible de éxtasis de la mariquita excluida de la fiesta familiar. Este sincretismo se convierte en una tecnología de alegría que nos lleva inequívocamente a la celebración de nuestras vidas en un oasis travesti entre las montañas.
Esta característica inconformista habla de una escena mutante y crítica, no solo contra el sonido y la corporalidad, sino también contra otros tipos de violencia sistémica que atraviesan nuestras existencias dentro y fuera de la escena Ballroom, como el racismo, la transfobia, el binarismo de género, la misoginia y el clasismo. Sin duda, siendo espectadore o participante de un kiki ball, entrenando o simplemente parchando, entendemos que está claro que en el Ballroom no todo está dicho, y que nuestro contexto e identidades específicas nos obligan, al menos, a cuestionar y debatir las reglas y categorías de la escena Ballroom gringa (de Estados Unidos), creando nuevas formas de entendernos en nuestro estilo inclasificable.
Información adicional sobre la imagen del título: «El infierno» presenta una alternativa al castigo del fuego eterno por nuestros pecados. En este universo onírico, reinan las travestis, raras y desviadas para juzgar a los verdugos de la moralidad que en vida nos atormentaron con la tragedia de sus pobres vidas privadas de disfrute.