Juan Sebastián Barriga presenta un recorrido por seis lugares emblemáticos de Bogotá, Colombia. Son sitios con historia que por sus conciertos, fiestas y eventos que han moldeado la forma en que la música y los sonidos se manifiestan en la ciudad. Matik-Matik, Latino Power, El Edificio, Ace of Spades Club, Asilo y Video Club nos introducirán a una faceta de la ciudad para reuniones y exploraciones infinitas.
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La capital de Colombia es una ciudad mestiza, inquieta y vibrante, y sus salas de conciertos y fiestas encarnan muy bien la esencia de Bogotá. Bogotá es una ciudad que ruge. Cada esquina, cada andén roto, cada callejón oscuro con olor a orina vibra de una forma especial. Esta metrópoli tiene una cadencia única. Un ritmo que se mueve entre su caos y su furia, que agita la sangre, la piel y las caderas de quienes transitan todos los días entre el ruido, el desenfreno y el disfrute que brota de todos los rincones de esta capital donde la música es parte de su esencia vital.
Caminar por Bogotá implica toparse constantemente con una variedad de sonidos hipnotizantes. Es como si cada esquina tuviera su propia banda sonora. Las más o menos once millones de personas que viven es esta capital, han unido un sin fin de influencias que no solo vienen de todo el país sino del planeta, y en estas aceras han encontrado un patio de recreo para jugar y experimentar con cualquier sonido que se cruce.
Esto ha creado una vida nocturna muy activa y diversa. A pesar del frío que suele azotar a esta metrópoli construida entre las montañas y los páramos, el calor del baile enciende todas las noches de esta ciudad que ha forjado una serie de escenas musicales reconocidas en todo el mundo; las cuales resumen muy bien ese sentir mestizo que siempre ha caracterizado a la capital de Colombia. Desde lo tropical, hasta el techno, pasando por la experimentación y el rock más intenso y subterráneo que se puede imaginar; Bogotá da para escoger y dejarse sorprender.
El Templo de los Sonidos Bizarros
La ciudad se divide en 20 localidades, pero buena parte de las salas de conciertos se concentra en la localidad número dos. Mejor conocida como Chapinero, es el principal punto de encuentro sonoro de la capital. Si bien cada zona tiene sus propios espacios de música, fiesta y desenfreno; la ubicación central de esta localidad, su historia y todo lo que conjugan estas calles ha generado un caldo de cultivo creativo que constantemente está mutando y presentando proyectos musicales que desafían la razón.
Por ejemplo: ubicado cerca de una concurrida calle, hay un pequeño pero intenso lugar llamado Matik-Matik. Creado en 2008 por Julian Calais y Diana Gómez, este colorido y cálido espacio es epicentro de una escena ecléctica y experimental de música de vanguardia. Matik es una especie de laboratorio que en palabras de Ben Calais, administrador y programador del lugar, es un «lugar para apasionados»; para personas melómanas cuyos oídos están abiertos a cualquier juego sonoro y situación fuera de lugar. Como un concurso de comer alitas animado por una estridente banda cuyos miembros tocan en pañales.
Matik-Matik se creó porque en su momento no había muchos espacios en los que músicos experimentales pudieran mostrar sus obras, pero con la llegada de más y más propuestas, su curaduría fue mutando y con los años también se volvió una incubadora de sonidos como las fusiones entre música tropical con ritmos de otras latitudes, el jazz más experimental, el noise, el punk, el hip hop, la música tradicional colombiana y cualquier propuesta que desafíe los límites de lo que entendemos por música.
Matik no es solo un sello discográfico; también organiza foros de cine, festivales y talleres. Como explica Ben, operan sin un plan estricto pero con mucha pasión, haciendo todo lo que los inspire con este pequeño gigante musical. Matik-Matik se ha convertido en un centro para mentes inquietas ávidas de colaborar e innovar. La energía generada por este espacio ha inspirado la creación de otros lugares icónicos en la ciudad, como Latino Power.
La Guarida del Jaguar
Esta sala de conciertos actualmente se alza como un punto de resistencia musical en una de las zonas de Chapinero más impactadas por la gentrificación. Alix Lesmes, socia de Latino Power, cuenta que la semilla de de este venue estuvo en otro emblemático pero ya desaparecido lugar de Bogotá: Piso Tres, cuya esencia era más punkera y cuando cerró, quedaron las ganas de hacer un espacio con una infraestructura y un sonido más profesional, pero que mantuviera el espíritu DIY y colaborativo.
Además, cuando Latino Power nació en 2010, coincidió con un momento de ebullición musical muy interesante. Los sonidos tropicales y folclóricos del país comenzaron a fusionarse con otras vibraciones foráneas y este fue uno de los primeros espacios masivos que prestaron sus tarimas para la difusión de estos proyectos. Además, el pulso comunitario que creó este venue, se extendió por todo el país y agrupaciones de distintas regiones de Colombia, en especial del Pacífico y el Caribe, se han congregado en esta sala de conciertos que terminó convirtiéndose en un amplificador cultural, donde el encuentro de saberes, curiosidades e ideas detonó un pulso creativo que hoy se siente en todo el mundo.
La calidad del sonido de Latino y su amplio espacio forrado de grafitis y resguardado por un gigantesco mural de un jaguar cósmico, empezó a atraer a artistas extranjeros y hoy esta sala vibra cada fin de semana con la misma intensidad de sus inicios. Latino Power también ha ido más allá de la música en vivo y se ha convertido en un centro cultural que alberga foros, asambleas, conversatorios, talleres y hace un trabajo que trasciende la música.
Desde el 2020, la ciudad ha albergado a cientos de personas desplazadas por la violencia que se vive en los territorios del pueblo indígena Embera. Latino Power se ha acercado a los jóvenes de esta comunidad y ha abierto sus micrófonos a varios artistas que han podido grabar y presentarse. Latino también cuenta con un estudio hecho en colaboración con la organización inglesa FairTunes y su esencia es buscar ser solidarios con los artistas, con el público, con el personal y con todo el que quiere entrar y disfrutar de una gran noche y sentir la enorme diversidad de sonidos y ecosistemas que prosperan en la ciudad, los cuales buscan unir a la gente en torno a la libertad de ser. En un país como Colombia, lugares como este, en la opinión de Alix generan: «la posibilidad de expresión frente a un conflicto armado. Es un escape a ese dolor nacional».
El Edificio del Ruido
Sin duda una cultura que durante años se ha enfrentado contra la violencia y la represión ha sido el punk. Desde finales de los 80, esta música se ha mezclado con el ADN de Bogotá y hoy la ciudad abarca una extensa e inquieta escena. En 2020, en lo que solía ser un centro de salud abandonado, se creó una sala de conciertos que se ha convertido en un punto vital para el desarrollo del punk, el crust, el grind, el emo, el metal y todo sonido extremo subterráneo. Bautizado como El Edificio, este venue ubicado sobre la carrera séptima, una de las arterias viales del nororiente de Bogotá, por afuera sigue pareciendo un viejo inmueble abandonado, pero su interior late con la distorsión. Bandas de toda Colombia junto a grupos del resto de Latinoamérica, Estados Unidos y Europa han gritado en las paredes forradas que rodean la terraza donde se hacen los conciertos.
Este espacio se creó en 2020 y fue un alivio porque muchos locales de punk cerraron debido a la pandemia. De hecho, fue uno de los primeros lugares que abrió sus puertas y atrajo de nuevo al público extremo.
Este es un espacio punkero clásico: sin tarima, sin prejuicios, sin discriminación. En cada concierto, El Edificio hace un llamado a la unión y al respeto. El resto de los cuartos de este lugar se suelen usar para exposiciones, mercados DIY y estampado de serigrafía. Sellos musicales, colectivos culturales, emprendimientos autogestionados y cualquier expresión contracultural han encontrado en este viejo edificio un espacio y una trinchera creativa que sigue empujando la fértil y extensa cultura punkera bogotana.
La Casa del Rock Algo similar ha pasado con el metal. Esta cultura también arraigada en las entrañas de la ciudad desde mediados de los 80, ha crecido de una forma tan exponencial en los últimos 20 años, que la escena metalera colombiana es una de las más importantes del continente y la industria metalera es cada día más grande.
Por la pasión de su público, Bogotá se ha vuelto un lugar obligado para los metaleros del mundo y en Engativá, la localidad número diez ubicada al noroccidente, hay una sala de conciertos que ha apostado por mostrar la alta calidad y el profesionalismo del metal nacional.
Bautizado en honor a una de las canciones más emblemáticas del rock, Ace Of Spades Club, nació en 2018. Andrés Arce, director de talento, cuenta que la idea surgió de la necesidad de tener un espacio para hacer los shows de las bandas que su compañía, Backline Corporation, trae a Sudamérica. A pesar de lo grande que es la escena rockera colombiana, realmente hay pocos lugares con las condiciones de infraestructura, sonido y calidad que estos espectáculos necesitan.
Con los años Ace Of Spades fue creciendo y actualmente es un lugar donde se puede ver con la misma calidad y contundencia a las leyendas del metal internacional y a las bandas locales. Esto ha logrado que tanto el público como los artistas, se apropien del lugar y como dice Arce: «lo vuelvan su casa». Esta casa metalera ha permitido el desarrollo de festivales; la creación de nuevas bandas; la unión de colectivos, productoras y artistas; e incluso se ha abierto a espectáculos de otro tipo como danza, exposiciones de arte y conferencias. Actualmente, el 2024, hay planes para mudar el Ace of Spades a una nueva locación, para hacer aún más intensa la experiencia del metal en vivo.
El Refugio de la Noche
Bogotá, como buena metrópoli, está conectada con pulsos creativos del mundo y hace unos diez años, comenzó a tomar fuerza una escena inspirada en los sonidos ochenteros que fueron bautizados como post punk. Esta ola nombrada post punk revival ha sumergido a una nueva generación en las tonalidades oscuras, frías y sombrías. En Colombia, a lo largo de los años esta escena ha sido fluctuante, pero en los últimos años se ha visto una solidificación y ha nacido una nueva camada de proyectos que han encontrado en Asilo, un lugar para crecer y masificarse.
Creado en 2011 en el segundo piso de una vieja casa de Teusaquillo, la localidad número trece de Bogotá, Asilo nació como un punto de encuentro para la rareza. Góticos, punkeros, amantes de los sonidos mortecinos y algunos curiosos empezaron a llegar a este espacio que ponía música muy distinta a la que sonaba en la ciudad como new wave, rock gótico, EBM, synth wave, entre otros. Su esencia DIY; su filosofía de abrir sus puertas a todo el mundo, no discriminar y tener precios amigables con el público; más la variedad de sus fiestas y las fusiones locas como hacer noches de salsa y punk, o solo de italo disco; forjaron una clientela fiel que sigue yendo a bailar bajos las luces que este lugar.
Pero, después de la pandemia llegó una generación más jóven que las primeras que poblaron este lugar, para darle aún más vida y pasar el legado. Además, Asilo va más allá del baile, sus paredes vieron nacer el Cinema Punk, un club de cine que hoy es un festival internacional con proyecciones en varias partes de la ciudad, y por supuesto la música en vivo ha sido vital para el desarrollo de este club. Junto a las bandas emergentes de post punk colombianas, aquí se han presentado varios de los grandes nombres que tiene este género en la actualidad. La acogida produjo el Ansia Festival, cuyas últimas ediciones fueron tan exitosas, que Asilo ya no dio abasto y tuvieron que mudar parte de las fechas a espacios un poco más grandes. Pero aún así su esencia original sigue intacta. De hecho el amor que la gente le tiene a Asilo es tan grande, que durante la cuarentena, cientos de personas donaron su dinero y lograron que estas puertas no se cierren.
El Palacio de la Electrónica
Junto a la tropicalia, lo experimental y los sonidos extremos, el compás de la vibración de Bogotá también está marcado por la música electrónica, sobre todo el techno. Todos los géneros asociados a lo electrónico tienen un espacio en la ciudad, pero el techno sobresale. Uno de los templos de esta cultura se encuentra en el corazón de Chapinero, cerca a la emblemática iglesia de Lourdes, donde en una esquina se alza Video Club.
Creado hace ocho años, este venue se construyó desde cero en un inmueble en ruinas que terminó albergando el primer sistema de sonido Funktion One de Colombia. Este lugar llegó a cambiar paradigmas en cuanto a curaduría en un momento de mucho movimiento cultural en la ciudad. Video Club fue la respuesta a las plegarias de los amantes de la noche y de una camada de DJs jóvenes que descubrió en este espacio un cómplice para crecer y tomarse el mundo.
Hoy este club forma parte del circuito internacional de música electrónica. DJs de todo el planeta conocen de las noches de fiesta en Bogotá y desde la curaduría se ha hecho un esfuerzo para traer estos nombres, sin dejar de lado el talento local. Con los años, al techno y los sonidos afines se le ha sumado el reggaetón y otras músicas parecidas, principalmente porque una nueva generación ha aprendido a gozar con la variedad. Y esa variedad siempre ha sido una apuesta de Video Club; la comunidad LGBTIQ, los colectivos contraculturales, las personas que buscan reconfigurar la fiesta y nuestra relación con esta, han encontrado en estas paredes una trinchera para hacer foros, asambleas y encuentros.
Video Club ha ayudado a pensar la fiesta más allá del desenfreno para entenderla más como un acto rebelde y consciente. El cuidado en la pista de baile, el consumo responsable, la lucha contra la discrimación y la violencia de género son una constante cada fin de semana y esto ha generado que el público realmente siente amor por este club.
En una ciudad tan compleja como Bogotá, reunirse en torno a la música en vivo realmente es un acto político de desahogo para miles de personas. Es encontrarse para olvidar el caos por unas horas, pero al mismo tiempo para reflexionar y buscar alianzas que ayuden a enfrentar toda esa rudeza que a veces nos sofoca, pero en entre el sudor y el movimiento; muchas veces se encuentra la energía y la fuerza para enfrentar un nuevo día.